Texto: Felipe Sasso | Fotografía: Natalia Morales
“Existe un ser vivo que es capaz de tomar agua con los pies, ¿cuál es?”. Un grupo de ocho mujeres escucha atento la adivinanza que lee Claudia Lucero. Tras pensarlo algunos segundos, una de ellas grita “¡el árbol!”, desatando el aplauso de sus compañeras. Todas son asistentes del club de lectura de la BiblioAgua de Requegua, pequeño pueblo ubicado en la comuna de San Vicente de Tagua Tagua. Claudia es quien dirige la biblioteca y a este grupo de lectura. Nos sentamos junto a ellas para conversar sobre la historia de este recinto que cobra cada vez más relevancia dentro de la comunidad requeguana. El ambiente es ameno y de confianza. “Nosotras estamos acostumbradas a la fama, a las luces”, asegura una de las participantes cuando ve a Natalia Morales aparecer con su cámara fotográfica.
Todo partió con una encuesta realizada por la Cooperativa de Agua de Requegua que tenía como fin conocer cuáles eran las necesidades de los vecinos. Fue realizada en 2005 a más de 500 hogares y el resultado demostró que la cultura era uno de los ámbitos que más interesaba a los requeguanos. Así y en respuesta a esta inquietud vecinal, nació la BiblioAgua en 2008. “Al principio costó atraer a los vecinos porque muchos pasaban pero no se atrevían a entrar. De a poco la gente se fue acercando a la biblioteca”, confiesa Claudia Lucero, que fue una de las jóvenes que realizó la encuesta en 2005 y que ahora es la encargada de este espacio.
La realización de talleres y distintas actividades sirvieron para que la biblioteca fuera ganando notoriedad dentro de la comunidad. También los cuentacuentos, que ayudaron a que los niños se fueran acercando. Para esto, Claudia, de profesión parvularia, participó en varias capacitaciones que le permitieron conocer los desafíos que conlleva este oficio. “Antes pensaba que en la biblioteca sólo iba a estar prestando libros, pero no era tan así”, reconoce.
Actualmente, además de fomentar la lectura, la BiblioAgua realiza talleres, capacitaciones, clubes de lectura, tertulias, conversatorios, lanzamiento de libros y la tradicional celebración de la Noche de San Juan. Durante la pandemia del coronavirus, la biblioteca reveló su importante labor social. En ese periodo, los vecinos se acercaron a Claudia para que los ayudara a obtener certificados y para postular a bonos. “La cooperativa y la biblioteca funcionan casi como la municipalidad de Requegua, porque todos recurren acá, los vecinos saben que acá uno los va a ayudar con su problema… Uno como bibliotecaria pasa a ser psicóloga y asistente social…he arreglado hasta teléfonos y computadores”, agrega.
Un lugar para sanar
Requegua es un pueblo sencillo, básicamente una calle que corre paralela a la Carretera de la Fruta. Está dividido por callejones que llevan hacia el estero Zamorano y hacia la autopista. Pese al aumento de población en el último tiempo, sigue siendo un pueblo tranquilo, con sus habitantes desplazándose mayoritariamente en bicicleta y con la hora de la siesta que se sigue respetando como una institución. En este contexto de apacible provincia, la BiblioAgua se ha convertido en el principal espacio cultural.
En la mesa donde nos sentamos hay té, café y galletas. Las participantes deberían hablar sobre Brilla, weona, ¡Brilla!, el libro escrito por la influencer y empresaria Carmen Castillo que, precisamente, es el que las reúne en el club de lectura, pero en lugar de eso, aprovechan el espacio para relatar su experiencia visitando la BiblioAgua. De sus palabras se desprende de qué manera este lugar ha impactado positivamente en sus vidas.
“Para mí ha sido sanador venir acá, ha sido fundamental la acogida de este grupo. Ha sido un espacio terapéutico donde he podido desarrollarme…Es un ambiente muy cariñoso; yo busqué esto en otros lugares y nunca lo encontré”, afirma Paulina Bauer, que lleva algunos meses viviendo en Requegua.
Su compañera Marta Escanilla, nacida en este pueblo, agrega: “Yo salgo de mi casa y para mí esto es lo más rico. Me gusta estar acá, esto es lo que me hace feliz…Cuando me devuelvo a mi casa quedo con el corazón llenito”.
Una opinión similar tiene Pamela Tobar. “Uno espera el día de la semana en que le toca venir y cuando no viene, la pasa mal”, asegura.
Las palabras de estas vecinas requeguanas emocionan a Claudia Lucero y confirman que su trabajo de quince años a cargo de la biblioteca ha sido más que fructífero. Demuestran también que la labor de la BiblioAgua ha sobrepasado holgadamente su objetivo inicial cuando nació y que se resumía en el lema: “más que libros”. “Acá hay un espacio de encuentro, para compartir, crear lazos. Es un espacio que está abierto para toda la comunidad, y no es solamente para venir a pedir un libro e irse. Es mucho más que eso”, comenta Claudia.
Un espacio de comunión y encuentro que podría estar viviendo sus últimos días luego de la publicación de la Ley 20.998 que regula los servicios sanitarios rurales y que prohibiría a las cooperativas de agua destinar recursos a cualquier actividad que no tenga relación con su objetivo principal que es abastecer de agua potable a una comunidad. Algo que preocupa a Claudia y a quienes administran la Cooperativa de Agua de Requegua y que los ha forzado a pedir recursos a la Municipalidad de San Vicente de Tagua Tagua (aún en proceso) y a estar abiertos a recibir aportes por parte de privados.
Frente a este futuro incierto, pregunto a las asistentes si se imaginan a Requegua sin biblioteca, y todas devuelven un rotundo no como respuesta. “Se perdería la cercanía con las personas, un lugar donde ellos puedan juntarse”, señala Claudia Lucero. Mientras que otra participante opta por una acción concreta: “Si se cierra la biblioteca estamos todas con pancartas acá afuera”, advierte.
Por el momento, nadie quiere imaginarse ese escenario. Luego de finalizar la entrevista, nos despiden cariñosamente y Claudia nos invita a que, en el futuro, realicemos talleres de fotografía o escritura, respectivamente. Natalia y yo decimos que encantados. Cuando salimos al callejón cinco de Requegua, el salón principal de la BiblioAgua vuelve a llenarse con las risas de las ocho mujeres que ahora sí conversan sobre el libro que acaban de leer.